Posted by : Alberto Fernández febrero 09, 2015

Con un día diferencia, el que va desde el 6 al 7 de Enero del 2015, se publican en dos medios de comunicación diferentes dos artículos interesantes. El primero está escrito por Gregorio Martín y publicado en El País con el título Digitalización y desempleo: el nuevo orden; el segundo por Nouriel Roubini, publicado en Expansión, con permiso de Project Syndicate, titulado ¿Dónde irán todos esos trabajadores?. Ambos comparten una mirada bastante negativa sobre la relación entre la variable empleo y la digitalización, ese proceso imparable que se está desarrollando en la economía actual.

La tesis central de ambos artículos es que el fenómeno de la digitalización se alza como una amenaza para el empleo. Así, el Sr. Martín afirma:

[...] la digitalización. Un universo que, como ocurriera en su día con la electricidad, embebe los hábitos humanos y condiciona la cantidad y la calidad del empleo. Más que la sustitución del hombre por la máquina, es la aparición de nuevos productos y costumbres los que asolan muchos empleos.

Mientras que el Sr. Roubini escribe:
a menos que se implementen políticas adecuadas para estimular la creación de empleo, no está claro que la demanda de mano de obra siga creciendo a la par del progreso de la tecnología.
La tesis no es nada nueva, de hecho, es tan vieja como el propio proceso de desarrollo tecnológico e incluso en su día, suscitó todo un movimiento socialista como el ludismo, donde los primeros perjudicados por la Revolución Industrial, se dedicaban a destruir las máquinas del progreso. Desde entonces, han pasado por esa fiebre ludita artesanos, sastres, repartidores de hielo, discográficas y demás profesionales y sectores que quedan obsoletos por el avance de la tecnología. Los estudios sobre como el progreso tecnológico afecta de forma negativa al empleo es uno de los temas más estudiados por los expertos en ciencia social.

¿Dónde está pues la novedad para esta alerta? Ambos pensadores coinciden en que se trata de una cuestión de tiempo. Ahora, el proceso de transformación tecnológica es tan rápido, que la mano de obra descartada supera con creces, a la capacidad de creación de empleo de los nuevos sectores. Además, mientras que en el pasado, se producía desempleo por nuevos desarrollos, era también cierto que las oportunidades que se creaban eran intensivas en mano de obra, sin embargo, ahora ya no. Los nuevos nichos o sectores se caracterizan por ser poco intensivos en lo que se refiere al número de trabajadores. Como arguye el Sr. Martín, por primera vez el principio de "destrucción creativa de empleos" no se cumple.

Personalmente, discrepo de esa mirada tan negativa sobre el proceso de digitalización que que ambos autores sostienen. Creo que dicho fenómeno, aunque a corto plazo destruya empleo, si ofrece un recambio laboral de calado y profundidad suficiente para que se cumpla ese principio de destrucción creativa.  Precisamente basándome en su propio argumento central, en la velocidad con la que el proceso se desarrolla.

El quid de la cuestión está en ver qué tipo de empleo se destruye y qué tipo de empleo se está creando y se va a crear. Hasta ahora, los perjudicados solían ser profesionales cualificados (odio sobremanera llamar a un trabajador poco o nada cualificado porque no posea un título educativo), cuyas cualidades se centraban en habilidades manuales de algún tipo que implicaban un trabajo más o menos físico y rutinario, pero no por ello siempre, carente de ciertas habilidades mentales. Se van a demandar otro tipo de habilidades que ahora no se demandan y para las cuales, vamos a tener que prepararnos.

Sin embargo, poco a poco ya no solo ese tipo de profesionales se está viendo sustituido por la tecnología. Intermediarios financieros como brokers o traders, personal de caja en entidades financieras o agentes de seguros son ahora cambiados por herramientas informáticas que cumplen sus funcions. Trabajadores que se unen a los ya clásicos perjudicados por el avance tecnológico. Pero ya no solo los cambios que afectan a la tecnología entendida como un soporte físico, sino los avances que se producen en las ideas, sobre todo el management, están provocando nuevos cambios en las relaciones laborales que están volviendo inservibles puestos claves antes imprescindibles y ahora ya no tanto, que se suman a esa lista de trabajadores perjudicados.

Pero el propio proceso destructivo, precisamente por ser tan rápido, está abriendo nuevas oportunidades antes no pensadas y que, además, debido a la constante evolución y novedad, somos a día de hoy, incapaces de visualizar. Desconocemos que oportunidades laborales podrán ofrecer lo que hoy en día son tecnologías en pañales como la computación cuántica, el "neurobusiness", la plena implantación de la impresión 3D, el desarrollo completo del cloud, el "brain computer interface", la biotecnología industrial y computacional, la robótica y la inteligencia artificial, la inteligencia ambiental, el "wearable users interface" o computación corporal o vestible.

Al fin y al cabo, ser pesimista en este sentido es caer en lo que el gran Karl Popper denominó pecado del historicismo, esas corrientes de pensamiento que se dedican a intentar predecir el curso de la historia. Afirma que esa tarea es un intento fútil y vano, ya que es precisamente, el desconocimiento por completo de cómo será la tecnología del futuro y su desarrollo lo que nos impide conocer cómo serán esas sociedades del futuro. Por tanto, siendo tan inútil mi mirada como la de los señores Martín y Roubini, según el postulado de Popper, prefiero quedare con la mía, aunque solo sea porque abre un espacio de esperanza e ilusión, que por otro lado, siempre ha formado parte del ser humano por hacer del futuro, un lugar mejor. ¿Si soñamos, porque al fin y al cabo eso es lo que hacemos, no vamos a soñar con cosas mejores?

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