Posted by : Alberto Fernández noviembre 24, 2014

En el sector financiero existen una serie de calificaciones para valorar el riesgo que una inversión determinada puede acarrear para el inversor. Posiblemente, y más desde la llegada de la crisis, hayamos escuchado que el rating de España o cualquier otro país del mundo, que es como se conoce a estas calificaciones, ha bajado o subido un determinado número de escalones. Así, por ejemplo, nuestro país ha pasado de una valoración para su deuda pública de AAA a BBB, lo que se convierte en una serie de pistas para los inversores a nivel mundial sobre la calidad de su deuda y la posibilidad de impago o mermas en su cartera de contar con papel español. Además, supone una serie de requisitos y condicionantes a tener en cuenta, ya que muchas instituciones de inversión por ley o por su política de gestión, no pueden comprar deuda de países que esté por debajo de esa triple A. Ello supone que la financiación para el país que ve como cae su valoración, se vuelve más cara, ya que tendrá que ofrecer un mayor tipo de interés para compensar al inversor por ese mayor riesgo que asume.

La deuda que emiten las empresas también tiene el mismo sistema de calificación y su funcionamiento es exactamente igual. A medida que las empresas bajan o suben en esa escala de valoración, las facilidades e intereses que tienen que pagar por financiarse serán mayores o menores, dependiendo del sentido que lleve el movimiento de valoración. Así, una empresa cuya deuda esté valorada triple A, verá que obtiene financiación mucho fácil en el mercado y que a cambio, tendrá que ofrecer una menor rentabilidad que otra empresa que tenga una valoración más baja.

Al igual que este sistema de notas sirve para guiar a los inversores en la salud financiera de una empresa, Smartrategy propone que las empresas, además de intentar conservar ese nivel crediticio, intenten también ser empresas triple E. Pero, dirán ustedes, qué diantres significa esa tripleta de letras, pues nada más ni nada menos que las tres E de Eficiencia, Eficacia y Emoción.

Cuando uno se encuentra aprendiendo sobre cómo gestionar y llevar una empresa, lo primero que aprende es la importancia de la eficacia y la eficiencia. Ahondar sobre la importancia que ese eje tiene para cualquier organización empresarial no será el tema central del artículo, ya que existe literatura de sobra sobre el tema. Únicamente precisar que eficacia hace referencia a la capacidad de obtener logros o éxitos y la eficiencia a la relación entre recursos necesarios para el logro de objetivos. Si logramos 8 clientes de cada 10 personas que nos visitan, estamos siendo eficaces. Pero si logramos esos 8 bajando los recursos o bien, manteniendo los mismos recursos subimos a 9 clientes, estamos siendo eficientes.

Ahora bien, ¿es posible gestionar los recursos humanos únicamente bajo los postulados de la eficacia y la eficiencia? Si, es posible, otra cosa es que actuando así consigamos realmente ser eficaces y eficientes en su gestión. Porque si algo tienen las personas que forman una organización que no tiene otro capital de la empresa, es emociones.

Cualquier medida que tenga como variable dependiente al personal que integra una empresa, debe tener presente en su esencia misma, esa otra variable que es la emoción. Su correcta gestión, es decir, la presencia de una inteligencia emocional en la organización, es una de las principales tareas que tienen no solo los responsables de recursos humanos, sino también los propios directivos de la misma.

Cualquier medida orientada en el eje eficiencia-eficacia puede venirse en desastrosa e inútil simplemente por haber olvidado la variable emoción en su ecuación. Veamos un ejemplo.

Imaginemos que en una cadena de montaje, la directiva decide introducir un proceso de mejora para acortar los tiempos de producción y además, controlar los errores que en el mismo se produzcan. Para ello, los responsables deciden que los jefes de turno y los jefes de planta, se dediquen durante un tiempo determinado, a calcular y estudiar todos los movimientos que en la cadena se realizan, es decir, conocer al detalle todo el mapa de procesos que quieren mejorar.

Sin embargo, esta medida, como se considera estratégica ya que ofrecerá una ventaja competitiva importante frente al resto de competidores, lleva a que no se comunique nada a los empleados. Estos descubren un buen día, que sus jefes más inmediatos, no sólo se dedican a sus funciones cotidianas, sino que también, ahora llevan un cronómetro en mano y anotan todo sin dejar escapar nada. Lo normal es que la impresión que de ello van a recibir los empleados es que algo malo va a pasar, y que muy posiblemente, se produzcan despidos para los trabajadores que no cumplan las expectativas, que además al no ser conocidas, aumentarán la ansiedad y por ende, el estrés y la incertidumbre de lo que está pasando.

Al cabo de ese tiempo de estudio, el análisis ofrece buenos resultados y la directiva decide llevar a cabo los cambios de mejora. Sin embargo, se encuentran con una plantilla reticente, con miedo a los cambios, ya que siguen sin conocer el por qué se están introduciendo todas esas novedades.

Las quejas y los errores se multiplican con los nuevos procesos, algo que en un principio no debería ser así, ya que el nuevo modelo precisamente lo que buscaba era todo lo contrario. Y es cierto, el nuevo modelo mejora de forma sustancial el eje eficiencia-eficacia, pero se olvidó de tener en cuenta la emoción, que era la variable que manejaba la plantilla.

Todo hubiera sido bien distinto de haber tenido en consideración esa E de la emoción, ya que de haber gestionado ese miedo, producido por la ansiedad, el estrés y la incertidumbre, los empleados hubieran entendido el por qué de los cronómetros y constantes anotaciones de sus jefes de planta y turno e incluso, podrían haber contado con el conocimiento directo de muchos de ellos, que saben como nadie como funciona su parte de la cadena de producción.

Este es un simple ejemplo de los muchos que se podrían haber puesto de manifiesto para comprender la importancia de no dejar de lado la emoción cuando tratamos de aplicar el eje eficiencia-eficacia. Por ello, a partir de ahora, al igual que los inversores miran con lupa que la deuda corporativa que compran es triple A, el talento mirará también con lupa que la empresa tienen muy presente la importancia de tener una calificación EEE.

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