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- El viento
El barco surcaba la superficie azul del océano con sus velas
desplegadas al viento, los tres marineros de la nave miraban la
inmensidad que se descubría ante sus ojos mientras la luz del sol bañaba
su morena piel. De pronto P se dirigió al resto de sus compañeros:
- Vereís como dentro de nada el viento amainará y perderemos velocidad.
- Verás como no P.- Le dijo O con una sonrisa amplia.- Este maravilloso vientecillo seguirá así hasta que llegemos a puerto.
Mientras
tanto R permanecía callado y los observaba muy atento, pero sin dejar
de vigilar que los cabos estuviesen bien atados, controlando que las
velas estuviesen bien orientadas y el barco siguiese el rumbo marcado
según el mapa.
- Siempre surgen imprevistos O, si no es
el viento será una tormenta, el mar es muy traicionero, siempre depara
sospresas desagradables. No me fio un pelo. Hay algo que me está dando
mala espina.
- Tú siempre con tus predicciones P. Hazme caso siéntate en cubierta, relájate y disfruta de la travesía.
R
seguía a lo suyo comprobando los instrumentos de navegación, yendo de
un lado para otro para comprobar que todo estaba en su sitio. Se detenía
un segundo en popa miraba el cielo, cerraba los ojos, llenaba sus
pulmones del refrescante aire y un intenso olor a sal le inundaba. Pero
permanecía callado.
De pronto, el viento dejó de
soplar, las velas del barco se desinflaron y el barco comenzó a perder
velocidad hasta que quedó a mercer del dulce movimiento del agua, en un
vaivén suave y casi imperceptible. P se levantó y soltó un largo bufido:
-
¡Ves O! Te lo dije, nunca puedas esperar nada bueno del mar y mucho
menos de algo tan cambiante como el viento. ¡Maldita sea! ¿Qué haremos
ahora? Seguro que cuando vuelva, aún por encima, soplará en la dirección
contraria, ¡ya verás, te lo digo yo!
- No P, verás
como no, tranquilízate y si el viento cambia de sentido, esperaremos a
que vuelva a soplar en la dirección correcta. ¡Eres un manojo de nervios
siempre! Así no llegarás a viejo.
La situación no
sobresaltó mucho a R, no le gustaba era evidente, pero no se dejó llevar
por el desánimo ni la complacencia. Recogió las velas, miró de nuevo
sus instrumentos, anotó la posición en el cuaderno de bitácora y estudió
el último informe metereológico que habían recibido. De improviso, el
viento comenzó a soplar de nuevo:
- ¡Ja, te lo dije o no te lo dije O! Ahora sopla en la dirección contraria.
- Tranquilo P, ya volverá a cambiar.
R
se dirigió al mástil, desplegó solo una vela, ajustó la botavara y tomó
el timón para correjir el rumbo. Desde luego no era un buen viento pues
no les permitia ir a todo trapo, pero era mejor que nada. Aún no había
pronunciado palabra.
Al cabo de un tiempo, el viento
volvió a soplar con fuerza en el sentido correcto y mientras P aseguraba
que sería una situación breve y que volvería a cambiar para complicar
más las cosas, O no paraba de repetirle que a igual que había dejado de
soplar, cambiado el rumbo y regresado a la situación óptima, con calma y
pacienca, la situación volvería a solucionarse si se volviese a
estropear. R al mismo tiempo que ellos hablaban, desplegó todas las
velas, fijó otra vez la botavara y tomó el timón.
Después
de dos horas más de navegación donde el viento y las olas no dejarón de
cambiar y modificar la situación, los tres marineros vieron puerto por
fin. P y O siguieron intercambiando comentarios y R seguió callado.
Atracado el barco en el muelle y con los pies en tierra firme, al fin R habló:
- ¡Hemos llegado!
El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas.